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La semana pasada, el dato de inflación de Estados Unidos generó la alerta de diversos analistas económicos. Los funcionarios de la FED habían advertido ya acerca de esta posibilidad y remarcaban que la suba se debía a factores estacionales, siendo uno de ellos las disrupciones en las cadenas globales de valor.

Un informe reciente del Instituto Internacional de Finanzas indica que, en los últimos meses, se han observado importantes aumentos en los tiempos de entrega de productos manufactureros en las principales economías globales (en particular, en China). Estas deficiencias derivaron en mayores precios debido al aumento de costos de los insumos. Sin embargo, las empresas tomaron nota de las malas condiciones en las cadenas de valor y aplicaron aumentos adicionales de modo preventivo.

El ejemplo más resonante de estos faltantes fue el microchip. La mayor demanda para productos electrónicos y las dificultades de producción derivaron, por ejemplo, en cierres temporales de fábricas automotrices en varias partes del mundo. Pero las dificultades abarcan a un amplio rango de sectores, como la madera (cuyo precio internacional aumentó 284% interanual), metales utilizados en energías verdes (cobre, litio, níquel y cobalto) y metales demandados por mayor actividad económica (como el acero).

En el año 2020, producto del impacto de la pandemia del COVID-19, se registró una importante caída en el comercio global durante el primer semestre y una rápida recuperación en los últimos 6 meses del año. Sin embargo, el impacto no se limitó al volumen de comercio, sino que incluyó una reconfiguración de las cadenas de valor.

Un estudio del Economist Intelligence Unit encuestó a ejecutivos de todo el mundo para entender cómo la pandemia impactó en sus decisiones vinculadas a las cadenas globales de valor. Dependiendo la región, entre un 73% y un 96% de los ejecutivos respondieron que planean una reconfiguración de sus cadenas globales de valor. La mayor cantidad de respuestas positivas se registró en Medio Oriente y América del Sur y la menor cantidad —aunque en niveles altos— en Europa y América del Norte.

El motivo principal de la decisión tiene que ver con la incertidumbre que genera la posibilidad de confinamientos en países con fuerte incidencia del COVID-19. Sin embargo, también preocupan temas más estructurales como la disponibilidad y calidad de la infraestructura logística, el número limitado de proveedores y los aranceles de importación y exportación. Un punto llamativo es la velocidad: más de un 65% de los encuestados estima que los cambios estarán activos en menos de un año.

Fuente: Instituto de Estrategia Internacional de la CERA