Durante 2020, la pandemia del COVID-19 generó un impacto profundo en la salud y la economía globales. En la actualidad, con el avance de las campañas de vacunación, muchos gobiernos han relajado las medidas de confinamiento social, facilitando una recuperación económica.
En el corto plazo, el riesgo latente es el surgimiento de una nueva variante que vulnere la protección de las vacunas y genere un retroceso en las mejoras de los últimos meses.
A largo plazo, una de las preocupaciones principales es el efecto del «COVID prolongado», es decir, las afecciones posteriores a la enfermedad que incluyen síntomas como problemas respiratorios, fatiga y disfunción cognitiva. Diversos estudios realizados en el Reino Unido indican que entre el 22% y el 30% de los infectados tuvieron «COVID prolongado», lo que abarca al 15% de la población adulta aproximadamente. Similares resultados se han obtenido en investigaciones de Estados Unidos.
Algunos analistas opinan que el número de personas afectadas es tan grande que las consecuencias no sólo se verían sobre la salud de los individuos, sino también sobre las economías. Es posible que las personas afectadas se vean obligadas a reducir el número de horas trabajadas o que sean menos productivas en sus tareas. En el Reino Unido esta situación se combina con una escasez de oferta laboral como consecuencia del Brexit.
Por otro lado, se puede generar un cambio en la composición del gasto de los consumidores por el COVID prolongado. Quienes sufran de esta patología probablemente aumenten su gasto en salud (tanto en atención médica como en productos farmacéuticos) y deban reducir su consumo en otros bienes y servicios. Por el volumen de población afectada, las consecuencias podrían alterar la composición de la demanda agregada.
Si bien es pronto para comprender claramente la magnitud de estas consecuencias, pareciera ser un aspecto importante para monitorear en los próximos meses.
Fuente: Instituto de Estrategia Internacional de la CERA